La educación canina, igual que la psicología o la etología, ha ido evolucionando a lo largo de los años. Hoy, a la mayoría, ni se nos ocurre hacer pasar a un perro “experiencias” (de mie***) que hace 20 o 30 años eran lo más normal: enseñar por evitación del dolor es el ejemplo más típico. (El famoso: si el perro hace “A”, le cae una buena hostia y deja de hacerlo, hablando claro.)
Sin embargo, la aparición de nuevas tendencias y corrientes de la educación canina ha traído también muchísimas dudas a las familias. Desde cuándo contactar con un etólogo y cuándo hacerlo con un educador a qué herramientas escoger, o qué deberíamos buscar en un profesional. Palabras como “respetuosa”, “amable”, “conductista” o “tradicional” pueden liarnos, e incluso a veces no aportar información relevante, por lo que en este artículo voy a sintetizar las principales escuelas actuales.
Antes de empezar, es importante que sepas que, como profesional, mis influencias son, principalmente, conductistas y cognitivo-emocionales (me gusta mucho este vídeo sobre el tema), por lo que te recomiendo que busques y leas otros artículos de compañeros que puedan dar una visión distinta para construir tu propio criterio.
Etología, adiestramiento y educación canina
Además, para aclarar ideas, es bueno que entiendas las principales diferencias entre etología (estudio de la conducta animal), adiestramiento (enseñanza de habilidades) y educación canina (una etiqueta más amplia, que acoge desde la modificación de conductas-problema a pautas educativas para vivir en sociedad).
Para más información, tienes un artículo detallado sobre este tema en el blog, pero podríamos resumirlo así:
- La etología es el estudio del comportamiento animal. El etólogo hace un análisis psicológico (conducta) y orgánico/biológico (con el objetivo de descartar dolor y enfermedades) que expliquen el comportamiento y, si fuera necesario, poder modificarlo. Puede estar especializado en etología de campo (más cercana a la zoología), donde analizan e intentan entender las razones evolutivas y funcionales detrás de una conducta. Pero eso aquí no nos interesa tanto.
- En cambio, el término “adiestrador canino” ha ido cayendo en desuso, porque se ha utilizado como sinónimo de entrenar perros. Dependiendo del enfoque, esto coge más o menos ámbitos, pero suele estar vinculado a tareas concretas y trabajos de utilidad: rescate, guarda y defensa, rastreo, policial.
- Por último, el término “educador canino” ha unido las bases teóricas de la etología y el análisis de la conducta con actividades más prácticas (modificación de conductas, pautas educativas, obediencia para la vida familiar…).
Para no confundirlos…
Por regla general, el adiestrador se centra más en un ámbito deportivo o profesional (militar, policial, rescate), mientras que el educador trabaja con familias que necesitan pautas educativas o modificar conductas en un ámbito comercial.
El educador y el etólogo suelen colaborar cuando aparecen problemas orgánicos o hay que hacer un análisis de la conducta. Sin embargo, estas etiquetas son más flexibles de lo que podría parecer, como expliqué aquí.
De igual modo, hay personas que se resisten a usar etiquetas como “educador canino”, pues consideran que adiestrador o entrenador ya encajan en la definición, y se ha buscado otra palabra por razones de puro marketing o con la intención de “humanizar” o “emblanquecer” la práctica. Esto es algo que mucha gente critica también de corrientes de la educación canina que han ido apareciendo, sin diferencias relevantes más allá de “vender un método”.
[…] en España, no existe una normativa oficial para trabajar como educador canino o adiestrador profesional en España. […] la principal diferencia (práctica) con los etólogos es que ellos pueden diagnosticar y medicar (siempre que sean veterinarios), mientras que el resto de los profesionales no pueden hacerlo.
Principales tendencias de la educación canina
No te sorprenderá que te diga que etología y educación canina se basan en la psicología, y viceversa (en realidad, muchísimas teorías psicológicas fueron probados antes en animales).
Si nos limitamos a coger dos figuras, Pavlov (condicionamiento clásico) descubrió que podíamos asociar estímulos entre sí para producir respuestas similares y Skinner, padre del condicionamiento operante, que las respuestas frente a una conducta afectan a la probabilidad de emisión futura de la misma. ¿Y por qué limitarnos a dos? Para sintetizar (y que el artículo no ocupe diezp áginas), así como por el hecho de que su influencia es enorme tanto en la psicología como en el estudio y modificación de la conducta en animales.
Hay muchos otros científicos de renombre, como Thorndike (ley del efecto y quien popularizó el uso del término condicionamiento instrumental), Watson (bases del conductismo) y David Premack (“ley de la abuela” o principio de probabilidad diferencial) cuyas teorías siguen siendo básicas para nuestro trabajo, pero alargaríamos la lista demasiado para lo que aquí nos interesa.
Muchas de estas bases se conocían en el ámbito canino desde una vertiente más práctica y asociada al manejo. Por descontado, había un conocimiento teórico-práctico (más inductivo que deductivo), pero menos centrado en el método científico.
Vieja escuela: el conductista que trabajaba por evitación del dolor
Nota: Por descontado, si sigues el proyecto, sabes que no estoy de acuerdo con la aplicación de este tipo de técnicas.
La escuela tradicional (de forma coloquial, se la suele llamar” vieja escuela”) aplicó las bases conductistas de forma rígida. Se puede resumir en “castigar las conductas negativas y premiar las conductas positivas”.
A grandes rasgos, la vieja escuela “descartaba” perros que se volvían más agresivos ante estos métodos, y seleccionaba perros con buena tolerancia al dolor e interés por colaborar (te dejo un vídeo de análisis y un artículo sobre razas extintas y por qué desapareció el dogo cubano o el perro de pelea cordobés, por ejemplo).
Ejemplo “vieja escuela” (esto NO es recomendable en absoluto)
Imagínate que tienes un perro que salta encima de las visitas. Puedes castigar la conducta cada vez que salta, por lo que dejará de saltar (y hará otras cosas). Si las otras conductas tampoco son “aceptables” para ti, puedes castigar hasta encontrar una conducta aceptable que premiar o llevar al perro a indefensión aprendida, y que no haga nada.
Sin embargo, estas estrategias tienen varios problemas y suponen una comprensión muy limitada del aprendizaje en perros.
- Solo estamos atendiendo a la conducta visible (lo que se ve), e ignoramos todo lo que piensa (cognición) o siente (emoción) el animal
- Estamos ignorando formas amables (impedir) o positivas (premiar otras conductas para aumentar la probabilidad de emisión/aparición de las mismas)
- Ignoramos también que un perro es un ser consciente y sensible, que sufre como nosotros, así como otras bases del condicionamiento operante (Skinner), como que la estimulación aversiva (castigo) puede generar respuestas reflejas de agresión (una bofetada puede generar un puñetazo de vuelta) o respuestas operantes de agresión (puedo aprender que, si muerdo, ya no me pegas).
En resumen, la “vieja escuela” castigaba conductas no buscadas y premiaba las que sí veía aceptables, pero ignoraba cosas como un “vínculo sano” y, sobre todo, el bienestar físico y mental-emocional del perrete.
Matizaciones sobre “vieja escuela”
Por descontado, si bien no todos los profesionales trabajaban así hace 20 o 30 años, esta sí era la norma. Poco a poco, el aprendizaje de las conductas se fue haciendo más amigable, pero se seguía recurriendo al castigo (físico) y al dolor para reducir la probabilidad de aparición de equis conductas o para marcar límites a los perros (aún se escucha la expresión “cerrar puertas al perro”, a menudo).
Un ejemplo muy típico de adiestradores más “modernos” es el aprendizaje con refuerzo positivo (por ejemplo, comida) y una fase de límites en la que se aplicaba castigo positivo (por ejemplo, ahogar al perro con un cordino o collar de ahorque) y refuerzo negativo (evitación del dolor/ahogo emitiendo otras conductas que el guía sí veía aceptables).
En los años siguientes, el estudio del a conducta animal empezó a mirar más allá de los instintos del perro y a centrarse en los procesos cognitivos y las emociones. Así, podemos hacer una primera división entre un conductismo al que solo le preocupaba la conducta pública (lo que se ve) y unas vertientes más enfocadas a la educación cognitivo-conductual y cognitivo-emocional. A partir de aquí, ampliaremos con algunos conceptos más.
La vía conductista (o… ¿cognitivo-conductual?)
El conductismo, no obstante, acepta que hay conductas públicas y conductas privadas: o sea, tú puedes ver cómo me rasco el culo, pero no cómo pienso en un plátano. Sin embargo, algo que se aceptó relativamente rápido para las personas, ha tardado muchísimo más tiempo en llegar al mundo canino.
La mayoría de terapias conductistas (incluso las de tercera generación, en psicología) plantean asociar estímulos (por ejemplo, ver a una persona) a otros estímulos (por ejemplo, saludar, un refuerzo social, o darle al perro una chuchería), construyendo respuestas preferibles a otras por condicionamiento clásico y condicionamiento operante.
La idea básica es que, si cambiamos la conducta de un individuo, cambiaremos también la forma en la que asocia esa experiencia. Por descontado, en personas esto suele ser más complejo.
El problema de usar el término cognitivismo o cognitivo-conductual
En el caso de los perros, usar el término cognitivo-conductual puede inducir a error, Me explico. En personas, el conductista tendrá presente las variables internas y externas, mientras que el cognitivo-conductual priorizará cómo recibe y procesa el sujeto la información.
Sí es cierto que, salvando las diferencias, es a través de estas bases cognitivistas como llegamos a un entendimiento “interno” del perro (que tampoco ignora el conductismo, ¡ojo!, pero lo llama conducta no visible en lugar de variables internas).
¿El problema? Con perros, no tenemos ese nivel de control en la terapia (o sea, las herramientas para modificar la percepción o agregar conocimiento están más limitadas que en humanos), por lo que el uso de conductismo tiene más sentido (aun así, he leído otros términos, de forma errónea considero, por parecer más amigables). Sí es cierto que, si bien no son, ni mucho menos, sinónimos, tienen bastantes parecidos y líneas en común, como puedes ver aquí.
La vía cognitivo-emocional
Ahora, te traigo el siguiente paso. Cuando trabajamos con animales, no solo estamos cambiando el comportamiento de los perros, también estamos afectando sus emociones.
Imagínate que puedes enseñarle a tu perro a no perseguir a los conejos. Incluso aunque construyas una conducta incompatible (por ejemplo, que se siente cuando vea una posible presa en lugar de perseguirla), no puedes controlar la emoción asociada a un instinto. En otras palabras, un podenco puede aprender a no perseguir un conejo (entra en juego también la deriva instintiva aquí, pero no quiero complicarlo más), pero no puede no frustrarse, porque la frustración es una emoción.
Aquí es donde entra en juego la educación cognitivo-emocional. Ahora consideramos no solo lo que hacen los perros, sino cómo se sienten al hacerlo: puesto que podemos modificar la conducta sin que la emoción asociada a esa conducta sea positiva.
A partir de aquí, nace la idea de que no solo debemos atender a cómo la conducta afecta a la forma de procesar información), sino también a la emoción. Las bases siguen siendo conductistas, pero mientras que la educación cognitivo-emocional marca la “emoción” como lo imprescindible y origen de la conducta, el conductismo o la vertiente cognitivo-conductual distingue entre conductas públicas (visibles) y privadas (no visibles).
Y a partir de aquí… educación canina respetuosa o amable
Bueno, a partir de aquí empiezan a surgir un sinfín de términos y etiquetas: educación respetuosa, educación canina amable, entrenamiento para el ajuste del comportamiento (BAT), educación basada en la comunicación o comunicación canina, conductista, tradicional, no intervencionista, supervisada…
Sin embargo, hay varios puntos que debemos tener presentes:
- Es importante entender que cualquier tipo de educación canina tiene bases conductistas: incluso los más críticos con esto, no pueden negar la teoría del aprendizaje (contamos con pautas de acción modal, PAM, o aprendizajes innatos y aprendemos en su mayoría mediante condicionamiento clásico y operante).
- Cualquier metodología debe estar basada en el método científico, porque la conducta animal depende de la ciencia, y la ciencia no se refuta con opiniones
- La educación canina y la etología del siglo XXI no puede basarse en la aplicación y evitación de dolor como método de aprendizaje
Cuando hablamos de educación respetuosa
…significa que estamos educando o modificando conductas de los animales sin causar dolor o miedo, o enseñarles de la manera más amable posible.
En esta clasificación, caben desde el uso de perros tutores o neutros a enseñanza de habilidades sociales, como el método BAT 2.0 o el enfoque conductista o cognitivo-emocional, donde se modifica entorno, probabilidades o elementos (variables moduladoras) para facilitar ese aprendizaje.
Educación canina “basada en la comunicación”
En algunos casos, hay profesionales que se centran en entender la comunicación canina y en la escasa exposición a situaciones conflictivas (aunque esta no es mi metodología y, con sinceridad, no estoy de acuerdo con este planteamiento en varios puntos).
Sin embargo, amable no puede traducirse siempre como “sin aversivos” o “sin castigos”, porque hay situaciones en las que el propio entorno puede castigar (por ejemplo, para un perro con miedo a la calle, la calle puede ser un castigo al inicio; para un perro con ansiedad por separación, cada salida para ir a trabajar de la familia puede ser una situación estresante y aversiva).
Por el contrario, amable o respetuosa sí debería ser sinónimo de no aplicar herramientas que hacen daño, estrategias basadas en el miedo o la evitación o castigos físicos.
Cuando tenemos que elegir un/a educador/a o etólogo/a…
Al depender tanto del bagaje profesional de cada persona, quizá la mejor opción sea:
- evaluar qué sabe el educador sobre conducta y cómo aborda los distintos problemas de conducta (diagnóstico diferencial, análisis funcional de la conducta, etc.) o pautas educativas desde el método científico
- y, sobre todo, en qué basa ese enfoque, qué técnicas utiliza y cómo consigue los resultados deseados.
Si bien cada escuela tendrá su metodología (durante años, conozco a grandes profesionales que han trabajado modificaciones de conducta con clicker training, mientras que yo jamás he tocado un clicker para nada más que crear nuevas conductas o practicar algunas habilidades caninas u obediencias).
Por mi parte, aprendí a huir de profesionales que no saben (o no quieren) explicar cómo trabajan y por qué trabajan cómo lo hacen. También de personas que, ante una conducta compleja, se limitan a castigar o a huir del contexto problemático durante el resto de la vida del animal. Para mí, denota falta de conocimiento y herramientas y, aunque el mundo canino es enorme, lo más importante que debemos tener es espíritu crítico y sed de conocimiento. El resto, llega con la práctica.