En 2010, mi madre me regaló a Dana. Todo empezó ahí. A mí me encantaban los animales, pero recién empezaba a trabajar en marketing y publicidad, con veintipocos años, y tenía la estúpida idea (hoy, me lo parece al menos) de que había que trabajar en cosas que dan mucho dinero para, luego, disfrutar de la vida y de lo que te gusta.
Dana no había recibido una buena impronta (se ve claro) y, después, la encerraron sola durante varios meses en un cubículo/expositor de tienda. Su etapa de sociabilización (2-4 meses) fue una mierda también casi inexistente. Y fue un error comprarla, por descontado, pero un error que me ha hecho muy feliz durante casi 11 años ya.
Yo la llamé Dana, por Dánae (que era la hija de Acrisio, rey de Argos, quien la encerró en una celda para evitar su destino, que era morir a manos del hijo de su hija, oseasé, Perseo). Pedante que es uno. ¿Qué quieres? Al fin y al cabo, entonces estaba acabando Humanidades y convirtiéndome en un as del Trivial Pursuit.
Como quizá te estés imaginando, esa perra fue mi primer contacto con la educación canina y la modificación de conducta, ya que, desde pequeña, empezó a mostrar conductas destructivas (se comía las paredes, destrozaba la casa, sufría ansiedad por separación, la pobre) y peligrosas (se intentaba zampar a otros perros, iba como las cabras, tenía cero autocontrol).
Me estás contando tu vida, colega
A partir de aquí, conocí a Alberto Ayala, de AlPerroVerde, quien me enseñó muchísimo sobre educación canina y me ayudó a gestionar y revertir esta situación entre 2011 y 2012. Un par de años después, descubrí las Intervenciones Asistidas con Animales (IAA/TAA) y los trabajos de rehabilitación canina en su asociación. Visité cárceles y residencias como voluntario, aprendí junto a perros y personas: todos ellos estupendos y estupendas. Poco a poco, continué este camino con cursos de educación canina, en Conectadogs Associació, en Natural Gos, El Educadog y, sobre todo, aprendiendo en Dog’N’Roll con mis grandes amigos y adiestradores Félix Rodríguez y Antonio Soutiño (hoy, en Tandem Dogs), así como con Rakaèle Lenoire, en Smiley Dogs (ya no hay web, que se me escapó a Francia de vuelta, y la echo de menos) y Conectadogs.
Durante todo esto que te explico, yo seguía trabajando o compaginando la educación canina y los voluntariados con el marketing y la publicidad, pero lo cierto es que, a diario, quería que el mundo animal, que me llamaba desde crío (al igual que las letras), se convirtiese en mi nuevo campo de trabajo.
Ya llegamos a lo que interesa (Dog Ventura), palabra
Por eso, creé Dog’N’Roll (con mis dos socios), como herramienta para aprender, tocar perros —como suele decirse— y seguir formándome y cogiendo experiencia y, sobre todo, descubrí, que me encantaba trabajar con mis amigos, pero también que (una vez que cada uno cogió otra dirección), si me lanzaba, tenía que darle una vuelta de tuerca.
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2019-2020 fue una época nefasta para mí (y no por la Covid-19), pero un gran momento de aprendizaje personal y profesional. Por ello, en junio de 2020, decidí que quería empezar a vivir de cuidar animales, que estudiaré, por lo menos, un ATV (Auxiliar Técnico Veterinario) y que, sobre todo, no iba a pasar un día más de mi vida sin estar rodeado de bichos en casa y en el trabajo.
Empezaba este artículo/presentación en 2010, diciendo: mi madre me regaló a Dana; después de Dana, vinieron —todos ellos adoptados, por descontado— Argos, Caos, Teo, Salem, Nymeria, Foc y Dae. Y hasta pasaron por aquí Ron y Strady (de Conectadogs), y muchos, muchos perros en residencias caninas.
Confieso que, cuando Dana era una cachorro, yo le decía que, un día, iba a trabajar con animales, pero se me olvidó; del mismo modo, cuando Caos ya estaba muy viejo, le susurraba que aguantase que, pronto, nos iríamos a vivir al campo, otra vez. Esta última promesa no pude cumplirla: nos faltó tiempo, pero por narices que Dana va a ver cómo yo me gano la vida entre el bicherío. No soy yo cabezón ni nada…